Vicente Gerbasi
Reseña: (de Vzlapoesía WordPress)
Poeta, ensayista, editor, y diplomático. Considerado el
poeta contemporáneo venezolano más representativo y uno de los más brillantes
exponentes de la lírica vanguardista, además de ser uno de los escritores más
influyentes del siglo XX en Venezuela. Fue fundador del grupo Viernes.
Secretario de redacción y director de la Revista Nacional de Cultura. Premio
Nacional de Literatura (1969). Ejerció los cargos de agregado cultural y cónsul
en La Habana, así como cónsul general en Ginebra y Suiza, consejero cultural de
la embajada de Venezuela en Chile; embajador en Haití, Israel, Dinamarca,
Noruega y Polonia. Además, participó en la fundación del grupo Poesía genovesa
joven (Jeune Poésie Genevoise). En 1982 recibió el Premio Conac de Poesía al
mejor libro del año por Edades perdidas y fue nombrado además
Profesor Honoris Causa de La Universidad Simón Rodríguez de Caracas. En 1992,
poco antes de su muerte, fue nombrado Director Emérito de la Revista Nacional
de Cultura. La obra de Gerbasi ha sido traducida al francés, inglés, italiano,
portugués, danés, sueco, rumano, hebreo, árabe y chino. Fundó la revista
Bitácora junto al insigne escritor trujillano Mario Briceño Iragorry. Falleció
en Caracas, el 28 de diciembre de 1992. Entre sus principales obras se
encuentran Vigilia del náufrago (1937), Bosque
doliente (1940), Liras (1943), Poemas de la noche y la
tierra (1943), Mi padre el inmigrante (1945), Los
espacios cálidos (1952), Edades perdidas (1981), Los
colores ocultos (1985), El solitario viento de las hojas (1990), Iniciación
en la intemperie (1990).
Premios Nacionales De Cultura Vicente Gerbasi 1968
Relámpago extasiado entre dos noches por
Coral Pérez Gómez
La obra poética de Vicente Gerbasi y reconocimientos
No son pocos los premios otorgados a la obra de Vicente Gerbasi.
Cada premio en particular podría considerarse un reconocimiento a la unidad de
toda su obra creativa, incluyendo sus escritos teóricos sobre poesía. En el año
1969 recibe el Premio Nacional de Literatura, mención poesía, por Poesías de
viaje, publicado en 1968, con un jurado constituido, en su mayoría, por
poetas de la generación anterior. Cuando en 1988 recibe el Premio Bienal de
Humanidades Úslar Pietri, ya en 1982 el Consejo Nacional de Cultura (Conac) le
había premiado el poemario Las edades perdidas. Además del Premio Nacional
de Literatura, Gerbasi fue favorecido por anteriores ediciones de carácter
popular; hecho que no siempre sucede con los escritores más importantes. En
1956 se publicó una antología de Gerbasi con el Nro 56 de la colección la Biblioteca
Popular del Ministerio de Educación. En 1965, el Nro 1 del Breviario de Poesía
le correspondió al poeta con el título Poemas. Aunque esta propuesta no
se concretó, en 1987 se ideó, la publicación bibliográfica de la serie Premios
Nacionales, la primera le correspondió a la bibliografía de Gerbasi. Además, en
vida, casi año tras año, sus poemarios fueron publicados por otras casas
editoriales, también en los países donde viajaba en función diplomática. Biblioteca
Ayacucho editó la Antología poética de Gerbasi. Esta editorial
venezolana, de imprescindibles títulos latinoamericanos, en su metodología incluye
al final de cada libro no sólo un cuadro cronológico y bibliográfico del autor
sino un amplio cuadro contextual de su época. La Casa de Bello, otra editorial
venezolana, nos aportó una exquisita edición titulada La rama del relámpago,
donde se recopila sus ensayos sobre poetas venezolanos y extranjeros, agregando
una selección de textos publicados en periódicos, además de algunas reseñas: no
hay que olvidar que Gerbasi fue también un excelente reseñista. Ésta es quizá la
mejor edición cuidada o corregida, en cuanto a fechas y datos bibliográficos.
También se editó por la editorial estatal Monte Ávila Editores, desde el año
70, y ampliándose hasta la última edición de 2004, otra Antología poética. Sobre
Gerbasi se han escrito varios prólogos y muchos ensayos dispersos. Entre
sus ensayistas más relevantes están, Fernando Paz Castillo, Francisco Pérez
Perdomo y Juan Liscano. Una excelente muestra crítica es la compilación de Monte
Ávila Vicente Gerbasi ante la crítica (1997). Se han publicado también
al menos tres monografías o textos especializados escritos por tres de sus críticos
más importantes: Ignacio Iribarren Borges, Ludovico Silva y M.R. Cruz de Contreras.
Si se quisiera ampliar sobre la versificación en la poesía de Gerbasi, el texto
M.R. Cruz de Contreras Cuatro décadas de la poesía de Vicente Gerbasi (1979)
es muy ilustrativo en este sentido.
Datos biográficos de Vicente Gerbasi a través de su
obra
Remito a las antologías poéticas publicadas por Biblioteca
Ayacucho y Monte Ávila Editores (series Biblioteca Básica de autores
venezolanos), pues presentan un esquema cronológico más amplio de su biografía
y sus obras. En la segunda antología mencionada, titulada Vicente Gerbasi (2004)
por ejemplo, en la reseña cronológica, Stefanía Mosca intercala palabras y
frases autobiográficas de Gerbasi, con la intención de relacionar lo
autobiográfico (lo dicho por el autor de sí mismo) con lo biográfico (lo dicho
acerca del autor por otros): Don Juan Bautista, el padre ‘(…)muere donde nació
el poeta, en Canoabo ese pueblo rodeado de montañas, de cacaotales, de
cafetales, de camburales, donde viven las serpientes, donde viven leones y
dantas, animales maravillosos’. Vicente Gerbasi está sin duda entre los mejores
de Hispanoamérica. Nace en 1913, en Venezuela, en el pueblo Canoabo, ubicado en
la parte occidental del estado Carabobo, y muere en 1992. Cierta circunstancia
personal resulta clave en su trayectoria poética: sus padres italianos,
emigrantes de la Europa de comienzos de siglo XX por razones económicas se
asentaron definitivamente en Venezuela, como lo describe su poema Mi padre,
el inmigrante. Además del testimonio que nos deja Hernández D’ Jesús
(revista Poesía, No 62-63,1984) en el que Gerbasi comenta que el artista
debe expresarse a tono con su tiempo, por ser éste producto de su época.
Precisamente, “nuestro tiempo”, según él explica, comienza para sus
contemporáneos con la Primera Guerra Mundial (1914-1918). Cuando en 1923 el
joven Gerbasi viaja a Italia para estudiar, Europa empezaba a cambiar con la
crisis de carácter internacional de la posguerra. Comenzaba a desarrollarse el
nazismo y el fascismo, ideologías que se opusieron a principios del siglo XX al
surgimiento también de otra, el comunismo. A lo largo de todos sus poemarios es
constante la voz y el decir de la memoria, presente en las cortas anécdotas
autobiográficas. Por ejemplo, cuando alude a Juan Vicente Gómez (1908-1935),
figura política clave del momento de su formación artística, académica y
experimental (porque todo va de la mano). De una manera más concreta, en un
ensayo titulado “Panorama de la poesía nueva en Venezuela” (1945), Gerbasi habla
de aquellos poetas que intentaron, fallidamente, un gesto libertario contra el
dictador, e incluso padecieron cárcel y exilio en represalia. Desde su visión
nombra a muchos de estos poetas de la insurgencia del 28, amanera de un cariñoso
homenaje y les concede un elevado “sentimiento cívico”, como él mismo dice. Es sabido
que con la muerte de Gómez el país comienza a sentir un renacimiento general. En
1936 se funda el Grupo Viernes al cual pertenece Gerbasi. En 1937 funda con
Rómulo Betancourt el Partido Democrático Popular (PDP). Otros acontecimientos
claves le suceden en su trayectoria de vida, justo donde ésta se ve determinada
por ciertas circunstancias históricas. Es la etapa que vive bajo el gobierno de
Pérez Jiménez. Con el golpe militar contra Rómulo Gallegos, en 1948, deja la
carrera diplomática. Forma parte de la resistencia clandestina a partir de 1949
al fundar con Juan Sánchez Peláez la revista El perfil y la noche,
inmediatamente prohibida por el gobierno. Sólo continuará su vida diplomática después
de 1958, con la caída de Pérez Jiménez. En una entrevista cuenta que eliminó referencias
contra Pérez Jiménez en Tirano de sombra y fuego (1955), poesía dedicada
a la leyenda de Lope de Aguirre. Desde 1971 comienza a dirigir la importante Revista
Nacional de Cultura. Había sido su redactor, sin interrupción durante ocho
años desde 1939 hasta el 1946. De esa labor quedaron numerosas reseñas
bibliográficas que más que reseñas son ensayos valorativos sobre la literatura
y cultura de su tiempo.
1
Penumbras secretas
Encontré la desdicha al amanecer,
en un caballo que sangraba
con la cabeza un poco caída en la yerba
y el llanto de mi hermana de dos años
que había sido operada en el vientre.
Yo sentí un poco de sangre en las manos,
un dolor triste como un cabrito degollado,
una piel puesta a secar sobre las piedras.
Anduve por el aire frío de las últimas estrellas
donde moraban gallos dispersos,
y sentí mi propia presencia
en un árbol iluminado en el fondo de la casa.
El día acogió el caballo herido
con el llanto de mi hermana en los ojos.
El día me recluyó en los rincones oscuros.
Seguí siendo un triste que espanta las moscas de la tarde
o dibuja una iglesia rodeada de aves marinas.
2
Los Huesos de mi Padre
Del libro Los colores ocultos 1985
Los huesos de mi padre se perdieron
en el osario común
de Canoabo. Valle de grandes hojas lluviosas,
de insectos que le dan vuelta al día
y a la noche de los astros.
Los huesos de mi padre
se perdieron en el osario del universo,
entre las piedras preciosas de Dios
vista desde la selva mágica
hasta la aurora
que reinventa todos los colores
y el vuelo de las aves
abriendo sus ojos
en el sueño del paraíso.
Los huesos de mi padre suenan
con su color marfil
y se van pareciendo a mis propios huesos
hechos de silencio eterno.
3
Aquí he llegado
Aquí he llegado
para imponerme el conocimiento de la eternidad,
para ver rodar mi cabeza
tiempo abajo,
arena abajo,
alucinación abajo,
hacia el metálico redoble de los truenos
que confunden las montañas
en negros ámbitos azules.
Se detuvieron aquí las tribus,
se detuvieron aquí los profetas,
se detuvieron aquí los santos.
Venían las mujeres
y los niños.
Vestían pieles
de animales de los montes,
rudimentarios paños
a franjas de colores,
todos iluminados
en fuegos rituales.
Quisiera dejar un canto
para la eternidad,
enterrado en una vasija de barro,
un canto junto a mis huesos,
un salmo
para oír a Dios
en la música de un arpa,
para verlo en un fuego de nubes
sobre los pueblos siempre nuevos
edificando con la arena del desierto,
y para ver el desierto
que lleva su silencio
del día a la noche
como continuación del firmamento.
4
Los Condenados a Muerte
La luz hechiza los rostros
de los condenados a muerte
bajo la palidez del follaje,
en presencia de mujeres
que se desmelenan
en los relámpagos
Toda intemperie
conduce al heroísmo.
Quien va a la muerte
deshoja los arboles
en el último instante.
5
Escritos en la piedra
(Del libro Por Arte del Sol 1958)
En el valle que rodean montañas de la infancia
encontramos escritos en la piedra,
serpientes cinceladas, astros,
en un verano de negras termiteras.
En el silencio del tiempo vuelan los gavilanes,
cantan cigarras de tristeza
como en una apartada tarde de domingo.
Con el verano se desnudan los árboles,
se seca la tierra con sus calabazas.
Pero volverán las lluvias
y de nuevo nacerán las hojas
y los pequeños grillos de las praderas
bajo el soplo de una misteriosa nostalgia del mundo.
Y así para siempre
en torno a estos escritos en la piedra,
que recuerdan una raza antigua
y tal vez hablan de Dios.
6
Hay muchas maneras de estar muerto
No quiero explicarme por qué mis ojos
pueden ver este castillo cubierto de hiedras
de verde muy oscuro y solitario
bajo los astros de los búhos,
ni por qué mis ojos pueden detenerse
a ver caer la nieve durante tanto tiempo,
hasta que arropa todos los muertos
y los deja allí con sus vestiduras
de diferentes colores en el hielo.
Mi padre fue enterrado en el trópico,
en Canoabo, y sus ojos, por tanto, no se helaron,
pero sí, tal vez, tuvieron que ver con otras cosas
muy distintas al frío,
sin duda, con culebras que perforan la tierra
y silban a orilla de los muertos
como a la margen de un lago
de juncales remotos y relámpagos.
Hay diferentes maneras de estar muerto,
aun estando vivo en medio de los planetas,
con nuestra cara semejante a la tierra
fotografiada desde Géminis 13,
viendo nuestros propios ojos
rodeados de huesos,
un poco más arriba de los dientes;
ensimismados en los ojos de los pescados
que nos miran en las pescaderías iluminadas.
Hay muchas maneras de estar muerto
y siempre nos es dado tomar nuestro cráneo
y ponerlo a reposar al borde de la tumba
o llevarlo al gran salón de baile,
como tal vez lo hizo Hamlet,
mientras Ofelia se ponía un velo de luna nevada,
ay, de luna nevada entre los abedules.
7
Soledad marina
(Del libro Los Espacios Cálidos 1952)
La arena dispersa cangrejos
en una luz de aceite caliente,
de humedad que resplandece en los sentidos
con olor a ostras abiertas
¿Quién abandonó esta quietud de cocoteros
que mueve un sonido de tiempo sombrío
y sostiene el vuelo de las aves blancas?
Lejos, las costas de la tarde,
el ocre cayendo al mar,
y aquí la lentitud de las algas golpeando
los escollos,
el silencio de los que tejen redes en la bahía vespertina.
¿Estuve aquí en la noche?
¿Acaso vi las primeras estrellas,
las que ahora seca el sol sobre la arena?
¿Vi llegar los leños pulidos como huesos,
los gritos de antiguos ahogados refugiándose en las grutas,
las madres muertas de los marineros
mirando los confines entre sus largos cabellos nocturnos?
He aquí un día de los siglos.
Las palmas abiertas en la mirada.
El sol cayendo entre los peces.
¿Quién me pregunta si existo?
Hay una barca abandonada a orillas del mes de agosto.
8
Te amo infancia
Del libro Los espacios cálidos 1952
Te amo, infancia, te amo
porque aún me guardas un césped con cabras,
tardes con cielos de cometas
y racimos de frutas en los pesados ramajes.
Te amo, infancia, te amo
porque me regalas la lluvia
que hace crecer los riachuelos de mi aldea,
porque le diste a mis ojos un arcoiris sobre las colinas.
¿Aún existen los naranjos
que plantó mi padre en el patio de la casa,
el horno donde mi madre hacía el pan
y doradas roscas con azúcar y canela?
¿Recuerdas nuestro perro que jugando
me mordía las piernas y las manos?
Nacían puntos de sangre, un pequeño dolor,
pero todo pasaba pronto con el sabor de las guayabas,
Te amo, infancia, te amo
porque eras pobre como un juguete campesino,
porque traías los Reyes Magos por la ventana.
Un día llevaste a la puerta de mi casa
un hombre de barba que hacía bailar un oso a golpes de
tambor,
y otro día le dijiste a mi padre que me regalara un asno
negro.
¿Recuerdas que tú y yo lo bañábamos en el río?
¿Recuerdas que había una penumbra de bambú y helecho?
Te amo, infancia, te amo
porque me ponías triste cuando estaba enfermo,
cuando mi madre me hablaba de su tierra lejana.
9
Ámbito De La Angustia
Del libro El Bosque doliente
No se ha meditado aún sobre estas tristes ruinas.
Participo de la gran alegría que hace cantar con el vino,
luego me hieren los lamentos como a un árbol la tempestad nocturna.
Se pierden conmigo en la sombra
como se pierde la noche en el bálsamo misterioso de la muerte.
Busco mi voz abandonada sobre los mares, en el aire de las islas,
en las comarcas donde habitan los desterrados y los místicos,
y vago bajo la lluvia de los bosques en la soledad.
Como el árbol al borde del abismo, me salva la inquietud perenne,
y me acerca a Dios que vigila tras las músicas terrestres.
Alguien puede llamar a la puerta de alguna vivienda en la noche,
mas solamente aparecerá el rostro del silencio
en medio de la pesadumbre.
No hemos meditado aun para amar y ser serenos.
Oh, si tendiéramos la tristeza como niebla delgada,
serenamente, sobre estos vastos dominios desolados.
10
Amanecer
Siento llegar el día como un rumor de animales,
a la orilla del pantano, de la fiebre, del junco,
más allá, entre las colinas de viento oscuro,
donde la luz se levanta con desgarradas banderas,
como resplandor lejano de una montaña de cuarzo.
He aquí la sombra en torno a mi existencia, el búho,
el río que arrastra oro, la serpiente de coral,
el esqueleto del explorador, el fango de mis pies.
La noche ha quemado el maíz, ha apagado los metales,
ha dado reposo a la adormidera, ha refrescado la sangre,
ha libertado los reflejos azules de la selva, de la hoja.
Una resonancia, una resonancia oscura es mi corazón:
eco en el abismo, piedra que rueda por el monte,
brillo en la puerta de la cueva, fosforescencia del hueso.
En la infancia, al pie del arco iris o del relámpago,
junto al cabrito que saltaba en torno a la madre,
jugaba con un pequeño tigre de cálida voz ronca,
de suave pelambre estrellada, como un signo del zodíaco,
de rabia lenta y tensa, como el despertar de la furia.
Ahora siento en el aire límpido del bambú y el helecho,
surgir las formas de las doncellas, bajo la fronda,
en la selva de árboles aromáticos, coronadas de orquídeas
descendiendo al río, a la cascada de transparente curva,
que resuena en sus diamantes como una leyenda.
Formas de la gracia, sus perfiles abandonan sus melenas
a la brisa; formas de la vida y de la muerte,
sus senos tiemblan en las penumbras de los juncos;
formas del oscuro delirio, sus muslos se suavizan
como una fruta partida; formas del tiempo humano,
sus pies hacen temblar las flores silvestres.
Como el venado tras de su compañera en la colina,
persigo a una joven diosa desnuda, bajo el sol.
Viene el olor agrio de los árboles destrozados
por la ira de la noche; viene el olor de la sangre,
del animal devorado, el olor de los minerales,
el olor del río entre las raíces y las flexibles lianas.
El día derrama su transparente maravilla, como un vuelo,
como el color innumerable, como la crisálida
de herméticos destellos, como el insecto plateado,
como el hechizo en las formas relucientes,
como el vuelo de mariposas que salen de una gruta incendiada
y comienzan a temblar en el ardiente cristal.
Acerco mis labios al claro manantial de íntima música,
junto a la sardina y a la piedra limpia y pulida como una joya;
mientras la nube pasa y el ave sale de su nido,
y la serpiente muestra su lengua maldita, y se enrosca,
y espera o avanza por la espalda sudorosa del día.
Me hundo en las palpitaciones reverberantes, en las ondas,
en el temblor divino, donde se abre la rosa de montaña,
en los brillos fugaces, en la imagen insondable de Dios,
que ha creado los cielos y la tierra, con esta geografía de fuego,
y ha dado a mi corazón la forma del día y de la noche,
mientras oigo correr los animales, persiguiéndose, amándose,
devorándose, ensangrentando las yerbas, las flores y las peñas.
Soy el día, y el viento levanta sus ramajes en mi alma.
11
Los Oriundos Del Paraiso
(1985 del libro Los colores ocultos)
Los oriundos del Paraíso
inventaron las orquídeas
que mueven el silencio de las horas.
Los oriundos del Paraíso
hicieron de un rubí
el ave que nos acostumbra
a la tristeza
del Orinoco sombrío.
Los oriundos del Paraíso
lanzaron
las más bellas mariposas
que vuelan entre las ramas
de los viejos cafetales de Canoabo.
¿y qué es Canoabo? ¿Quiénes lo hicieron?
Lo hicieron los oriundos del Paraíso.
Allá donde toda la vastedad
suena en los montes.
12
Sin Titulo
Yo me encontré en la noche de las flores
la noche de la estrella
que ilumina dos plácidos alcores,
noche tan pura y bella
noche de los amores
que siempre está presente en los dolores.
13
Soledad corroída
14
Mi padre, el inmigrante
(Solo las tres primeras estrofas)
Mi padre,
Juan Bautista Gerbasi, cuya vida es el motivo de este poema, nació en una aldea
viñatera de Italia, a orillas del Mar Tirreno, y murió en Canoabo, pequeño
pueblo escondido en una agreste comarca del Estado Carabobo.
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I
Venimos de la noche y hacia la noche vamos.
Atrás queda la tierra envuelta en sus vapores,
donde vive el almendro, el niño y el leopardo.
Atrás quedan los días, con lagos, nieves, renos,
con volcanes adustos, con selvas hechizadas
donde moran las sombras azules del espanto.
Atrás quedan las tumbas al pie de los cipreses,
solos en la tristeza de lejanas estrellas.
Atrás quedan las glorias como antorchas que apagan
ráfagas seculares.
Atrás quedan las puertas quejándose en el viento.
Atrás queda la angustia con espejos celestes.
Atrás el tiempo queda como drama en el hombre:
engendrador de vida, engendrador de muerte.
El tiempo que levanta y desgasta columnas,
y murmura en las olas milenarias del mar.
Atrás queda la luz bañando las montañas,
los parques de los niños y los blancos altares.
Pero también la noche con ciudades dolientes,
la noche cotidiana, la que no es noche aún,
sino descanso breve que tiembla en las luciérnagas
o pasa por las almas con golpes de agonía.
La noche que desciende de nuevo hacia la luz,
despertando las flores en valles taciturnos,
refrescando el regazo del agua en las montañas,
lanzando los caballos hacia azules riberas,
mientras la eternidad, entre luces de oro,
avanza silenciosa por prados siderales.
II
Venimos de la noche y hacia la noche vamos.
Los pasos en el polvo, el fuego de la sangre,
el sudor de la frente, la mano sobre el hombro,
el llanto en la memoria,
todo queda cerrado por anillos de sombra.
Con címbalos antiguos el tiempo nos levanta.
Con címbalos, con vino, con ramos de laureles.
Mas en el alma caen acordes penumbrosos.
La pesadumbre cava con pezuñas de lobo.
Escuchad hacia adentro los ecos infinitos,
los cornos del enigma en vuestras lejanías.
En el hierro oxidado hay brillos en que el alma
desesperada cae,
y piedras que han pasado por la mano del hombre,
y arenas solitarias,
y lamentos de agua en cauces penumbrosos.
¡Reclamad, gritando hacia el abismo,
el mirar interior que hacia la muerte avanza!
En nuestras horas yacen reflejos de heliotropos,
manos apasionadas, relámpagos del sueño.
¡Venid a los desiertos y escuchad vuestra voz!
¡Venid a los desiertos y gritad a los cielos!
El corazón es una serena soledad.
Sólo el amor descansa entre dos manos,
y baja en la simiente con un rumor oscuro,
como torrente negro, como aerolito azul,
con temblor de luciérnagas volando en un espejo,
o con gritos de bestias que se rompen las venas
en las calientes noches de insomnes soledades.
Mas la simiente trae a la visible e invisible muerte.
¡Llamad, llamad, llamad vuestro rostro perdido
a orillas de la gran sombra!
III
Relámpago extasiado entre dos noches,
pez que nada entre nubes vespertinas,
palpitación del brillo, memoria aprisionada,
tembloroso nenúfar sobre la oscura nada,
sueño frente a la sombra: eso somos.
Por el agua estancada va taciturno el día,
doblegando los juncos hacia barcas de olvido.
El alma silenciosa en las violetas tiembla.
¿No somos un secreto guardado por las horas?
Mirad cómo en el césped de la tarde
la mirada es un brillo de azahares,
cómo se esconde el ser
en el suspiro leve de las frondas.
Algo se cierra siempre en torno a nuestra frente.
El frío de las piedras corre por nuestra sangre.
Un susurrar de nardo desciende por los valles.
Y siempre el hombre solo, bajo el sol y los truenos,
perseguido por voces y látigos y dientes.
El hombre siempre solo, con su mirada, suya,
con sus recuerdos, suyos, y con sus manos, suyas.
El hombre interrogando a sus calladas sombras.
Escucha: yo te llamo desde mis soledades,
desde mis suspirantes comarcas de palmeras,
abiertas a los signos luminosos del cielo.
El viento se te enreda con nieblas siderales,
y te detiene al pie de negros abedules.
Venados de la luna van corriendo
por la antigua memoria,
y en tu silencio caen llamas del corazón.
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