Ida Gramko

 


Reseña

 

Ida Gramcko. Poeta, ensayista y dramaturga venezolana. Nació en Puerto Cabello, el 11 de octubre de 1924. Estudia un año en el colegio y el resto de su educación es en casa. A sus diecinueve años, sin ser bachiller, es la primera reportera de periodismo policial en El Nacional, donde hace carrera como periodista durante cincuenta años; de la mano del que sería su esposo, José Domínguez Benavides, también periodista. Siendo muy joven, entrevista a personajes como Rufino Blanco Fombona y Antonia Palacios. Colabora en la Revista Nacional de Cultura desde 1947 hasta 1963. En 1948, enviada por el presidente Rómulo Gallegos, realiza labores diplomáticas como encargada cultural en la Unión Soviética. A sus cuarenta años, después de terminar la escolaridad, egresa como licenciada en Filosofía de la Universidad Central de Venezuela, casa de estudios a la que volverá después para enseñar la cátedra de Poesía y Poetas de la Escuela de Letras.

 

A través de los años y de forma sostenida fueron apareciendo sus libros, en diversidad de géneros: Umbral(1942), Cámara de cristal (1943), Contra el desnudo corazón del cielo (1944), La vara mágica (1948), Poemas (1952), Poesía y teatro (1955), María Lionza(1955), Juan sin miedo (1956), La dama y el oso (1959), Teatro (1961), Poemas de una psicótica (1964), Lo máximo murmura (1965), Sol y soledades (1966), Preciso y continuo (monografía sobre el pintor Mateo Manaure, 1967), Este canto rodado (1967), El jinete de la brisa(1967), Salmos (1968), 0 grados norte franco (1969), Magia y amor del pueblo(1970), Los estetas, los mendigos, los héroes (1970), Sonetos del origen (1972), Quehaceres Conocimientos Compañías(1973), Tonta de capirote (novela infantil autobiográfica, 1972), Mitos simbólicos(1973), Pirulerías (1980), Mito y realidad(1980), Poética (ensayo sobre arte poética, el símbolo y la metáfora, 1983), Salto Ángel (1985), La mujer en la obra de Gallegos (1985), Historia y fabulación en «Mi delirio sobre el Chimborazo» (1987) y Treno (1993).

 

Con Umbral obtuvo una mención honorífica por parte de la Asociación Cultural Interamericana en 1941. Por su novela fragmentaria Juan sin miedoobtuvo en 1957 el Premio de Prosa «José Rafael Pocaterra». Luego, los premios de Teatro: del Ateneo de Caracas, en 1958, por su pieza La rubiera, de la Universidad Central de Venezuela, dos años después, por Penélope. En 1961 fue acreedora nuevamente del Premio «José Rafael Pocaterra», esta vez mención Poesía; y, un año después, del Premio Municipal de Poesía, por su trabajo El poeta. En 1964 le conceden el Premio de Poesía de la Universidad del Zulia por Lo máximo murmura. Su poemario Quehaceres Conocimientos Compañías la hace merecedora, por segunda vez, del Premio Municipal de Literatura, mención Poesía, otorgado por Elizabeth Schön, Luz Machado y Vicente Gerbasi, en 1972. En 1977 recibió el Premio Nacional de Literatura por toda su obra poética. Y en 1983 gana el premio «Enrique Otero Vizcarrondo» al mejor artículo de 1982, por Recuerde el alma dormida. 

Murió en Caracas, el 2 de mayo de 1994, a los 70 años de edad.

 

 

1 Opulencia Vital

 

 

Opulencia vital, múltiple ramo

cuyo nosotros fiel nos necesita

tal como somos, un pajar, un grano...

¡De cuántas cosas brota una sonrisa!

Alegre libertad dice: me llamo...

(aquí su nombre). Fructifica

antagonista plácido y cercano

como una carne mágica y melliza.

La luz es todo junto más el halo

con que cada fulgor se precipita.

Prójima sombra, fraternal arcano,

¡son, son! Y es el amor quien los precisa.

Pero la precisión es un regalo.

Nada más. Una dádiva inaudita.

 

 

 

 

 

2 Hoja Seca

 

Tu mínima mortaja puede cubrir mi rostro cuando muera;

tu mínima mortaja movida por el soplo

de la brisa, hoja seca.

Toda la sangre humana, todo el amor y el odio

caben en la columna vertebral que atraviesa

tu leve cuerpo dócil que hoy vaga sin reposo;

toda la sangre humana y el dolor, hoja seca.

Porque todo se vuelve nubecilla de polvo

después de haber salvado la carne y la osamenta.

Así, cuando mi rostro, que hoy es ávido insomnio,

se libere del cráneo que en su máscara encierra,

y entregue al aire el cáliz de su último despojo

y se expanda en delgada voluta polvorienta,

llueve sobre mi ausencia con el último otoño

que humedezca mis pardas cenizas en la tierra;

ven a mí, en la caída vesperal y el sollozo

de las últimas lluvias que inunden mi corteza.

Desciende de aquel tilo familiar, de aquel olmo

en que dejó mi mano, mortal, profunda huella.

Cuando de mis mejillas fugaces y mis ojos

quede apenas la franja de lo humano y la estela

de un gesto, de una risa, de una mano, de un torso

febril, de una cabeza;

cuando sólo perdure la orilla de un escombro

y un nombre entrando al reino frutal de la leyenda,

permite que mi sombra duerma el sueño más hondo,

ese sueño que en auras inefables despierta,

bajo tu blanda toca tutelar o tu embozo

vegetal, hoja seca.

¡Qué grande hoy mi presencia, frente a tí, a quien invoco!

Mañana, bajo tu alda virginal, ¡qué pequeña!

 

 

3 Paisaje Al Fondo De Un Espejo

 

Estaba exhausta del paisaje eterno:

el mar, una cigarra, una columna,

yo, asomada a las aguas del espejo.

(La cornucopia era una crencha rubia).

Mirándome la frente y el pañuelo

en ascensión a las pupilas húmedas

por la trémula escala de los dedos;

mirándome en la luna,

en el claro de luna del espejo.

A su charco avancé, clara y desnuda.

Alrededor hallé el paisaje eterno:

el mar, una cigarra, una columna…

Oí la voz del mar en el silencio;

la voz de la cigarra en la penumbra;

enlacé la columna con mi cuerpo

y al fondo del espejo vi una ruta,

los árboles y el cielo.

Era un jardín no visitado nunca.

Vi estatuas maceradas cuyos senos

caían a la yerba como frutas,

vi fugaces destellos

de fuentes moribundas,

y una flor columpiada por el viento

volaba en el cristal ajada y mustia.

Oí la voz del mar en el silencio:

El jardín se derrumba…

Se amarán las estatuas, los espectros

de mármol que se ocultan

a la sombra de un pino o en el denso

caracol de una gruta,

Se amarán las estatuas y sus besos

serán huecos sonidos en la tumba

de sus cuerpos sin vida, de los miembros

que en la lápida marmórea los sepultan.

Caerá el amor sobre la piedra, muerto.—

Y me habló la cigarra en la penumbra:

—La salvación es el viviente gesto

que se alza de tu ser como una lluvia.

¡Riegue tu surtidor el campo yermo!

El jardín se derrumba…

Te preparan las hojas blando lecho.

¡Abandona la rígida columna!

Cruza el radiante y virginal sendero,

toca la misteriosa cerradura.—

Me encaminé al espejo,

llamé a las puertas de cristal; rotunda

pronuncié mi palabra de consuelo.

El mar sonó a lo lejos… mas ninguna

voz respondió a mi acento.

Volví a tocar… llamé al amor de nuevo;

pero las puertas continuaron mudas.

Ni resonancia ni eco

callaron mi pregunta.

y llamé largo tiempo…

y me enlacé al espejo con angustia.

Hubo tormento

y lucha

hasta que un brusco y singular estruendo

llenó la mansa alcoba de iracundia.

Vi descender, agónico, el espejo

y le tendí mis dedos como brújula.

Pero el naufragio se cumplió. Fragmentos

de paisaje clavados en mis uñas

miré y aún miro en el temblor sangriento

de mis manos convulsas:

un hilo de agua, un pedestal desierto

en que una estatua levantó su espuma,

y una flor azotada por el viento

que en una arista de cristal se mustia.

Mientras el mar suspira en el silencio

y llora la cigarra en la penumbra.

 

4  La Mariposa Disecada

 

 

Eras en el jardín, sobre los ramos,

ensueño real que aprisionara un niño

en un cesto de mimbre que su mano

agitaba por sendas y macizos.

Hoy eres cromo rígido del campo,

un paisaje minúsculo en un nicho.

Ataúd de cristal vela tus párpados

—oro y azul— dormidos.

Los lirios están lejos, y los pájaros.

Las mariposas viven en los lirios.

Mueven el ala pura en el espacio

como en un dedo pálido un anillo.

Y tú estás sola, inmóvil, en un marco,

como el retrato de un velero antiguo.

Alas de sol. Antenas de amaranto.

Rosa caída en aluvión marchito.

La red del hombre vio cómo tu raudo

corazón se embriagaba en un pistilo

y te clavó, con estilete amargo,

en la cana de un viejo pergamino.

Ángel de terciopelo, castigado

a la pared, a la quietud, al vidrio.

 

 

5 El Espantapájaros

 

Nunca amaste los pájaros. Es cierto.

Ni los niños que huyeron de tu sombra

¡Crucifijo del hombre contra el cielo!

Se deshizo la ronda

en el jardín; volaron los insectos;

después, las mariposas…

Sólo quedó, en la soledad, tu espectro,

y un niño sólo en la pradera sola,

inválido y sediento.

Lejos de ti, volaron las palomas,

y la ronda infantil en otro huerto

levantó sus columpios, sus coronas…

Sólo permanecieron los almendros

abrieron sus corolas

glaciales como témpanos.

¡No podían volar! Y las bellotas,

los manzanos en flor y el limonero.

Pasaban, fugitivas, las alondras.

¡Pudiste detenerlas en su vuelo!

Pasaron golondrinas y gaviotas,

y mirlos y jilgueros,

y enamoradas tórtolas…

Y maduró tu fruto en el silencio;

en el silencio, sonrosadas pomas,

labios mudos, se abrieron.

Pero hoy el viento sacudió las hojas,

dispersó las semillas y los pétalos

y el pezón de los árboles se agota

en exhausto racimo amarillento.

¡No veles ya! Se marchitó la fronda.

¡Despídete del cerco!

En una alegre emanación sonora,

la infancia, en ronda florecida, ha vuelto.

Los pájaros celebran su victoria

picoteando tus restos:

tu pecho de aserrín, tu sien de estopa,

la hilacha sin color de tus cabellos.

Te sostiene una estaca melancólica

como al retrato de un payaso muerto.

¡Oh trágica derrota;

oh racimo de harapos verdinegros;

oh maniquí del campo que sollozas

mirando el alto nido y el alero,

hermano del fantasma, de la escoba,

del ciprés y del cuervo!

Hermano mío… ¡llora!

Llora conmigo sobre el campo yermo.

y aprende a amar los pájaros… ¡Que te oigan

cantar los niños y te escuche el viento!

Como un ángel caído al que perdona

la mano celestial, sube hasta el cielo.

¡Que se levante un ala milagrosa

en cada uno de tus hombros, quiero!

¡Que emprendas en tu muerte, que es tu aurora,

el viaje azul al paraíso eterno

en donde un niño solitario toma

gajos de luz que no consume el tiempo

a un árbol sin otoño y sin carcoma!

El niño aquél, inválido y sediento.

 

 

6 El Cuervo

 

A Edgar Allan Poe.

 

Solo quedan, roídos, los peldaños

de una escalera en sombras;

una percha que incita con los garfios

de dos cuernos agudos, y unas ropas

sobadas por el tiempo y el espacio

y ausentes de calor y de memoria;

sólo un tapiz de raso

con manchas de oro y un sillón con borlas;

un abanico abierto, y un retrato

erguido, solitario, en una cónsola

un espejo que es agua de los años

con amorcillos en la cornucopia.

¡Ah, ya lo ves! Y mis dormidos pasos

que suben, sin querer, mientras azota

el viento en los cristales como un pájaro

con las húmedas alas en zozobra.

¡Ah, ya lo ves! ¿Acaso

soy el espectro errante de Leonora?

De mi cuerpo, caído campanario

se alejaron las últimas palomas.

Hoy sólo anida un cuervo en mi regazo

como en una cornisa melancólica.

 

7 Tela de Araña. (Ballet)

 

¡Oh bailarina del desván, comienza!

La música del viento toca el arpa

carcomida y sin cuerdas.

Descorre el polvo su cortina opaca;

se encienden las luciérnagas.

¡Oh bailarina del desván! Ya danzas…

Desde el palco de un cofre te contemplan

atónitas pupilas de esmeralda.

En el caos, la herrumbre y la tiniebla

subes, ¡oh danzarina!, con la ráfaga

del aire de la noche; eres la estrella

de graneros y criptas subterráneas.

Ahora te miro, lúcida y ligera,

frente a mi corazón, como una lámpara.

Saltas, danzando, con tu malla negra

sembrando con tu paso una luz blanca

que permanece inmóvil, una estela

húmeda y vertical como una lágrima;

y en el raro columpio de tus hebras

¡mínima equilibrista en red de plata!

con tu sombrilla: mosca, pirueteas.

Cruzas, en espiral, paredes rancias

iluminando pátinas añejas.

Pero has perdido un escalón, resbalas…

Mi mano se levanta, ávida, abierta.

Danzas en ella el aire de una flauta

que un grillo toca entre las hojas secas.

 

 

8 Plegaria

Del libro: Poemas de una psicótica(1964).

 

No te puedo nombrar. No tienes nombre. Eres lo que se siente. Nunca lo que se explica. ¡Oh mi Absoluto Amado, a quien descubro ahora sin que ninguna forma lo limite! Perdóname la antigua reflexión.

 

No eres lo que se piensa. Eres lo que se ama. No eres conocimiento sino sólo estupor. No eres el perfil sino el asombro. No eres la piedra sino lo inaudito. No eres la razón sino el amor.

 

De la mano del Ángel yo he ascendido a tu hallazgo que nunca es un concreto tesoro sino continuamente un descubrimiento inenarrable. El Ángel, a mi lado, sintió también intensa, más intensa que nunca, más intensa que con algo o con alguien, esa visión de inmensidad. Como con nadie, no porque cada caso es singular, sino porque aquel acto fue más hondo que todos los suyos, como si recibiéramos de pronto un advenimiento de infinito.

 

Y es inútil pensar en encarnarte. Eres lo que nunca se puede encarnar ni nombrar porque sólo nos juntas las manos y nos haces doblar las rodillas.

 

Déjame sentirte, ¡oh infinitud, oh zona inmensa, dimensión sobrehumana, oh mi Dios, siempre con la piel deslumbrada tanto que el cuerpo se me vuelve luz! Déjame estupefacta, arrebatada, y déjame que vibre para siempre con la palpitación mía e íntima.

 

Quisiera ser aquella que permanece, atónita, ante ti. La que no sabe de tu nombre, la que no sabe de tu forma, una ignorante estremecida. Y que así sea.

 

 

9 Casi Silencios

 

La piedra cae el fondo. Así caen todas

las piedrecillas. Un día, algo que remueve

las aguas las hace correr, precipitarse,

abriendo heridas en la fina arena. El

agua toda es llanto. Pero un rayo de

sol aparece. Las aguas se hacen claras.

Al fondo, lentamente, las piedrecillas

hallan al fin sitio. Y encima de las aguas,

flota una flor entreabierta: la

conciencia.

 

La esencia no es pérdida de tierna

presencia.

La esencia es la presencia

de lo intemporal,

de lo divino y sobrehumano.

 

El cambio, para que lo sea,

tiene que cambiar siempre.

He ahí la permanencia.

 

La muerte es lo único

que no es curable.

 

Para lo más hondo, yo no creo

en instantes. Lo supremo jamás

es actual.

El amor sin mortal asidero,

no se somete al tiempo.

 

Porque lo que está sometido

al devenir y no al alcance

de lo más luminoso y más puro,

aunque sea emotivo, es ligero.

 

Lo que no conocemos no es misterio.

Son aspectos insignificantes

del mundo material.

Conocemos lo eterno, lo inmenso,

lo máximo, —es suyo, es mío

y sólo es así—

y ante tamaña luz,

¿caben hallazgos,

descubrimientos o sorpresas?

 

Un afecto puede ser hermoso pero,

ante el sentimiento único e inmutable,

nos resulta pequeño.

Como la yerba ante el astro.

Como el guijarro ante la nube.

Como fronda salpicada de frutos ante

el cielo en que alumbra una sola flor

áurea y suprema.


 

10 Viva Belleza

 

VIVA BELLEZA desde el seno irrumpe

como una curvatura que desliza

las auroras boreales de las ubres

sobre un lecho de líneas.

Somos el hombre el caballo sufren,

pero una inmensa investidura estricta

nos señala sin verbo entre las cumbres.

Somos entonces ser hasta la risa,

la carcajada diáfana en los buches.

 

11 Presunto Sortilegio

 

Presunto Sortilegio Sólo alcance

Belleza, nada más,

abre la boca y es un cráter

y el umbral

y ya todo lo abierto, semejante.

Paz, ardiente paz, lógica paz.

Calma: pasión que sabe su combate,

luchar

por una rosa, pausa en el desastre,

por el menos y el más.

Menos: inmensa perspectiva de alguien.

Belleza, para ti la eternidad,

ayer, ahora y luego. No hay instante.

Sí, para ti vivir sin terminar,

que todo aquel que muere es un cobarde.

 

12 Recuérdate, palabra

 

Recuérdate, palabra,

como eres, como estás, pulcra y redonda,

no el agua mas en agua y tras el agua

y con el agua sin más pie ni alfombra.

 

 

13 Con Rayas Rojas

 

Con rayas rojas cambiaremos el mundo.

Con una exactitud que nos desprende.

Con tan alegre número

que contamos, al fin: somos mil veces,

dos mil, tres mil, siete mil veces.

Y cada cifra siéntese en el uno

como el uno también y con sus creces.

Con palabras ausentes de conjuro

digamos: ¡sol! exacto, y amanece.

 

14 Estar

 

Estar afuera es como estar adentro

de inagotable intimidad creadora.

No es perder cuerpo, es descubrir un centro

mayor que lo interior que nos demora.

Estar afuera, a pleno sol, al viento...

La noche ya no es más la mediadora,

pues nos une a través de un mandamiento

de sombra impuesta que se ve o ignora.

Escogida es la unión desde lo intenso.

Vivo nivel estalla con la aurora

y enlaza lo profundo con lo inmenso,

pues cada ser deviene lo que añora.

Y queda un solo ser, un gran suspenso,

mas el hombre lo sabe y lo atesora.

 

(Poemas, 1952) 

 

15 Caracol, el hermano

(1952)

Caracol, el hermano,

el mismo yo, mas caracol. Concisa

su forma sigue sin barniz ni estrago

para que el hombre sufra un alma rica,

un alma suya con el vellón y el gajo,

íntima, inmensa, siempre en sed y ahíta.

Así construimos un lugar humano,

pero tan lleno de él como de brisa.

una pared de cal… ¡y tan distinta!

Un muro nuevo, ¿raro? Solo en su fresca soledad continua.

—¿Soledad, otra vez lo solitario, otra vez la distancia? ¿Y la caricia?—

Cálmate, amor; lo nuestro es lo lejano, toca el largo perfil, la piedra lisa

dice por voz de su vigor: yo te amo.

La forma singular es la infinita.

 

Atienda aquel que dijo hallar

dicha y sosiego

en un sueño beatífico y tranquilo;

atienda a lo que digo y lo que creo.

¿Sabes, nocturno amigo,

a qué cosa en verdad llamamos sueño?

Atiende, hermano mío,

sin pena y sin recelo.

Yo, que he soñado, yo, que no he dormido,

te pregunto sin voz desde mi lecho:

¿crees que el sueño protege del abismo,

rescata del asalto y del incendio?

Yo, soñadora inmóvil, no he creído

en mi rostro apacible cuando duermo.

Lucho soñando, sórdida, conmigo,

con un pájaro extraño, con el viento,

con un agudo y afilado pico

que me horada las sienes y el cerebro

y dejo sangre en el cojín y heridos

flotan ardiendo, aullando, mis cabellos.

Soñador y sonámbulo es lo mismo.

Se va entre nieblas, huérfano.

¿Quién hiló las almohadas? ¿El olvido?

La mano movediza del recuerdo con un sombrío ovillo

y tejió la crisálida del lienzo

con una larga víbora de lino

que se enrosca en el alma y en el cuerpo.

Atienda aquel que alguna vez me dijo

hallar quietud seráfica en el sueño;

  atienda a mi creencia, a mi pregunta,

que es la de todo soñador despierto.

Creo en mi corazón, su llama oculta

bajo las sábanas, ardiendo.

Creo en mi sangre muda

corriendo como un río del infierno.

¿Cree alguien en la calma de las tumbas,

en la paz de los muertos?

Quieren creer…¡No lo han creído nunca!

Descansa en paz, solo es un gran deseo.

Descansa en paz, pero la paz no escucha;

descansa en paz, pero el descanso es ciego.

La muerte, insomne, mira hacia la lucha

y el sueño es el más íntimo desvelo.  Nadie escoge su olvido. 

¿Para qué si la ausencia

recuerda lo que fue y el raudo nido

prosigue sin cesar en la apetencia?

¡Vuelve!, grita el amor, y lo que ha sido

es en su grito nueva transparencia.

Inmenso ser inmerso en el pedido

devuelta está tu voz, tu confidencia,

tu secreto, tu piel, tu repetido

fiel hontanar que nunca es la carencia

sino el cambio de sitio, el transferido

sitial a otro dulzor, a otra potencia.

No, devolverte no. Lo mantenido

queda aunque escape su vivaz secuencia.

Vives aquí y allá, tan trascendido…

Amor, no estás y bulle tu presencia.

Nada dice: prohibido.

¡Entrad!, dicen las puertas de la ausencia.

 

 

16 Voz

(1941)

Hay alguien que llama desde remotas cimas,

hay una voz profunda que me pide estar cerca.

Los aires se arremansan en corrientes continuas

hasta fundir los ecos en la dormida piedra.

El camino es un paso que dio el gigante mundo

con sus botas de angustia, pensativas y negras;

era un viajero entonces, desamparado y rudo,

y con su andar de nave fue duplicando huellas.

A veces tengo alas. Los cabellos furtivos

se fugan entre ratos de las furias del viento,

las manos, como arañas, van tejiendo en sus giros

una red infinita de locura y de ensueño.

¡Llegaré hasta la cumbre! Tendré todas las flores

azules y mojadas que habitan en las cuevas,

y habrá un concierto claro de pájaros y voces

en la garganta virgen de la desnuda tierra.

Hay alguien que me llama desde remotas cimas

y voy tras su llamado como la humilde sierva:

manos y pies descalzos…entre luces y vidas,

hasta la voz profunda que me pide estar cerca.    

 

 

17 Cámara de Cristal

(1943)

Cámara

de cristal

mi lágrima.

Y el mar.

Y alcoba pálida

mi sollozo.

Mundo de celofán.

Pecera de hondo

movimiento estelar.

Niebla de otoño.

Y algo más

que naufraga en mi llanto misterioso.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Amigos que reciben el 2022 con versos

Rafael Cadenas, un Cervantes silencioso, sin Derrota

Juan Antonio Perez Bonalde