Eugenio Montejo 2 La tierra gira para acercarnos

 



1

CREO EN LAVIDA

Creo en la vida bajo forma terrestre, tangible, vagamente redonda, menos esférica en sus polos,

por todas partes llena de horizontes.

Creo en las nubes, en sus páginas nítidamente escritas

y en los árboles, sobre todo al otoño. (A veces creo que soy un árbol).

Creo en la vida como terredad, como gracia o desgracia.

Mi mayor deseo fue nacer,

a cada vez aumenta.

Creo en la duda agónica de Dios, es decir, creo que no creo, aunque de noche, solo,

interrogo a las piedras,

pero no soy ateo de nada salvo de la muerte.

 

 

2

NANA PARA UNA CIUDAD ANOCHECIDA

 

Duerme a tus rectos edificios

que velan a la sombra de las piedras.

Ya la noche suelta sus búhos.

Es hora de recoger todos los autos.

Cierra los párpados del puente

para que el río descanse,

los vidrios de las ventanas que tiritan,

abriga tus estatuas.

Apaga las lámparas que beben

el rencor de los hombres fatigados.

Deja que las mujeres sueñen su deseo

en el susurro de los helechos.

Duerme al amargo insomnio de la muerte

que empaña los últimos espejos,

los muros de tus largos hospitales

llenos de ojos en blanco.

Tiende tus casas para que reposen

en las arenas desnudas.

No olvides la leche de los duendes,

los mendigos que espían por los zaguanes.

Apaga los incendios azules

de tus motores sonámbulos,

el odio mecánico del día,

la barahúnda feroz de la chatarra.

Duerme al árbol que nos atestigua,

al gallo en el filo de su canto,

adormécelo todo ahora que oscurece

y haz que duerma yo mismo,

que me desvelo mirando en cada calle

un oscuro cuchillo

y en el cuchillo un grito

y en ese grito una mancha de sangre.

 

 

 

3

AMANTES

 

Se amaban. No estaban solos en la tierra;

tenían la noche, sus vísperas azules, sus celajes.

Vivían uno en el otro, se palpaban

como dos pétalos no abiertos en el fondo

de alguna flor del aire.

Se amaban. No estaban solos a la orilla

de su primera noche.

Y era la tierra la que se amaba en ellos,

el oro nocturno de sus vueltas, la galaxia.

Ya no tendrían dos muertes. No iban a separarse.

Desnudos, asombrados, sus cuerpos se tendían

como hileras de luces en un largo aeropuerto

donde algo iba a llegar desde muy lejos,

no demasiado tarde.

 

 

4

EN ESTA CIUDAD

 

En esta ciudad soy una piedra;

me he plegado a sus muros seriales, opresivos,

de silencios geométricos.

No me puedo mover, se cae mi casa,

uno tras otro se derrumban

los edificios hasta el horizonte.

Al fondo de la piedra soy un lagarto,

en el lagarto una raya amarilla,

mancha del tiempo.

No puedo hablar, la lengua se me traba;

Orfeo el tartamudo es mi vecino,

oigo su tos nocturna,

reconozco el ladrido de su perro.

Soy una piedra atada a esta ciudad,

un lagarto en sus grietas,

una raya en su espalda ya muy tenue.

Giran los días y permanezco inmóvil,

todavía escucho latir el corazón,

tenaz, a la velocidad de la materia,

y hasta la arena que cae de la memoria,

pero ya solo siento que no siento.

 

5

SER ESCLAVO

 

Ser el esclavo que perdió su cuerpo

para que lo habiten las palabras.

Llevar por huesos flautas inocentes

que alguien toca de lejos

o tal vez nadie. (Sólo es real el soplo

y la ansiedad por descifrarlo.)

 

Ser el esclavo cuando todos duermen

y lo hostiga el claror incisivo

de su hermana, la lámpara.

Siempre en terror de estar en vela

frente a los astros

sin que pueda mentir cuando despierten

aunque diluvie el mundo

y la noche ensombrezca la página.

 

Ser el esclavo, el paria, el alquimista

de malditos metales

y trasmutar su tedio en ágatas,

en oro el barro humano,

para que no lo arrojen a los perros

al entregar el parte.

 


 

 

6

FINAL

 

Que hable la vida: ¿Es éste el fin, la tierra? ¿Tanto milagro concluye sin milagro?

Este asombro vivido hora tras hora

que nos llega en un árbol, en un rostro,

esta cuenta de dios étermina en cero?

¿Será igual que en los cines de mi infancia cuando las luces se encendían

para el cambio de rollos?

Como al salir de un túnel nos buscábamos:

ya muchos se habían ido,

algunos cansados se durmieron,

nos quedábamos mudos hasta que despertaban de otro tiempo ...

¿Será así siempre el sueño de la tierra?

De tantos antiguos camaradas

équién quedará conmigo al final de la noche para que me acompañe?

¿Habrán partido todos de la sala?

¿Vaya quedarme solo con los ojos abiertos?

 

 

7

ALFABETO DEL MUNDO

 

En vano me demoro deletreando

el alfabeto del mundo.

 

Leo en las piedras un oscuro sollozo,

ecos ahogados en torres y edificios,

indago la tierra por el tacto

llena de ríos, paisajes y colores,

pero al copiarlos siempre me equivoco.

Necesito escribir ciñéndome a una raya

sobre el libro del horizonte.

Dibujar el milagro de esos días

que flotan envueltos en la luz

y se desprenden en cantos de pájaros.

Cuando en la calle los hombres que deambulan

de su rencor a su fatiga, cavilando,

se me revelan más que nunca inocentes.

Cuando el tahúr, el pícaro, la adúltera,

los mártires del oro o del amor

son sólo signos que no he leído bien,

que aún no logro anotar en mi cuaderno.

 

Cuánto quisiera al menos un instante

que esta plana febril de poesía

grabe en su transparencia cada letra:

la o del ladrón, la t del santo

el gótico diptongo del cuerpo y su deseo,

con la misma escritura del mar en las arenas

la misma cósmica piedad ‘

que la vida despliega ante mis ojos.

 

 

8

LA NOCHE

 

La noche despacio se reúne

en mi cuerpo de árbol.

Estoy insomne, inmóvil,

mientras las frías estrellas de la niebla

caen en mis manos

con una luz que ya no tiene patria.

 

El silencio de estas hojas me recorre

con su sangre más verde.

Ninguna brisa llega a mover una palabra,

ningún gallo despierta.

Apenas oigo aletear mi pensamiento

allá en la sombra de sus cálidos nidos

de tanto en tanto.

 

 

9

Hotel antiguo

 

Una mujer a solas se desnuda,

pared por medio, en el hotel antiguo

de esta ciudad remota donde duermo.

 

Abren las sedas un rumor disperso

que se mezcla al follaje

de los helechos en el aire.

 

Se oyen llaves que giran en un cofre,

jadeos ahogados, prendas,

la inocencia de gestos solitarios

que beben los espejos.

 

A su tiempo la noche se desnuda

y las calles apiladas se doblan

en un vasto ropaje

con la fatiga de un final de fiesta.

 

Una mujer a solas tras los muros,

unos pasos, un oscuro deseo,

hasta mí llega de otro mundo

como alguien que he amado y que me habla

desde un ataúd lleno de piedras.

 

 

10

SETIEMBRE

Mira setiembre nada se ha perdido

con fiarnos de las hojas.

La juventud vino y se fue, los árboles no se movieron

El hermano al morir te quemó en llanto

pero el sol continúa.

La casa fue derrumbada, no su recuerdo.

Mira setiembre con su pala al hombro

cómo arrastra hojas secas.

La vida vale más que la vida, sólo eso cuenta.

Nadie nos preguntó para nacer,

¿Qué sabían nuestros padres? ¿Los suyos qué supieron?

Ningún dolor les ahorró sombra y sin embargo

se mezclaron al tiempo terrestre.

Los árboles saben menos que nosotros

y aún no se vuelven.

La tierra va más sola ahora sin dioses

pero nunca blasfema.

Mira setiembre cómo te abre el bosque

y sobrepasa tu deseo.

Abre tus manos, llénalas con estas lentas hojas,

 no dejes que una sola se te pierda.

 

11

UN AÑO

 

Vuelvo a contarme aquí mi vida

otra tarde de otoño

viejo de treinta y tres vueltas al sol.

Vuelvo a replegarme en esta silla

palpando su inocencia de madera

ahora que el año hace su estruendo

y me sacude fuerte, de raíz.

En la terraza inicio otro descenso

al infierno, al invierno.

Sangran en mí las hojas de los árboles.

 

 

12

RETORNOS

 

El tiempo es redondo y atormenta…

Voy mirando toda mi vida

bajo la huella de una carreta.

En el próximo pueblo hay un rostro

al que he conocido hace siglos;

salvo la lluvia y el polvo,

salvo el tacto en los espejos,

me reconocerá por el caballo

y los cascos llenos de nieve.

 

Todas las formas del paisaje

pasarán del negro al verde

y otra vez del verde al negro,

según las vueltas de la rueda…

Y en los galopes se hará el viento

con los vapores del misterio,

cuando los ojos del auriga

palpen las piedras del camino,

cada vez que sueño y cabalgo,

mientras vuelvo y desaparezco.

 

13

SÓLO LA TIERRA

 

                                                  A Reynaldo Pérez-So

 

Por todos los astros lleva el sueño

pero sólo en la tierra despertamos.

 

Dormidos flotamos en el éter,

nos arrastran las naves invisibles

hacia mundos remotos

pero sólo en la tierra abren los párpados.

 

La tierra amada día tras día,

maravillosa, errante,

que trae el sol al hombre de tan lejos

y lo prodiga en nuestras casas.

 

Siempre seré fiel a la noche

y al fuego de todas sus estrellas

pero miradas desde aquí,

no podría irme, no sé habitar otro paisaje.

Ni con la muerte dejaría

que mis cenizas salgan de sus campos.

La tierra es el único planeta

que prefiere los hombres a los ángeles.

 

Más que el silencio de la tumba

temo la hora de resurrección:

demasiado terrible

es despertar mañana en otra parte.

 

 

 

14

LA TIERRA GIRÓ PARA ACERCARNOS

 La tierra giró para acercarnos,

giró sobre sí misma y en nosotros,

hasta juntarnos por fin en este sueño,

como fue escrito en el Simposio.

Pasaron noches, nieves y solsticios;

pasó el tiempo en minutos y milenios.

Una carreta que iba para Nínive

llegó a Nebraska.

Un gallo cantó lejos del mundo,

en la previda a menos mil de nuestros padres.

La tierra giró musicalmente

llevándonos a bordo;

no cesó de girar un solo instante,

como si tanto amor, tanto milagro

sólo fuera un adagio hace mucho ya escrito

entre las partituras del Simposio.


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